Despedida de Héctor y de Andrómaca.

 “A ella a su vez le dijo el gran Héctor, el de resplandeciente casco: “En verdad, mujer, todo esto me afecta a mí también. Pero siento una terrible vergüenza ante los troyanos y las troyanas que arrastran su peplo si, como un cobarde, trato de mantenerme lejos del combate. Y tampoco me incita a ello mi corazón, puesto que he aprendido a ser valiente siempre y a pelear entre los primeros troyanos, tratando de alcanzar la gran fama de mi padre y la mía propia... Vendrá un día en que perezca la sagrada Ilión y Príamo y el pueblo de Príamo, el de la buena lanza de fresno. Pero no me preocupa tanto el dolor de los troyanos en el futuro, ni el de la propia Hécuba y el del rey Príamo, ni el dolor de mis hermanos...cuanto tu dolor, cuando alguno de los aqueos de túnicas de bronce te lleve prisionera, llorosa y te prive de la libertad. Y estando en Argos, tendrías que tejer a las órdenes de otra y llevar agua de la fuente, una y otra vez... y un duro destino pesará sobre ti. Y un día dirá alguno, al verte llorar: “He ahí a la mujer de Héctor, que era el más fuerte entre los troyanos domadores de caballos, cuando luchaban alrededor de Ilión”. Así hablará alguno algún día y tu dolor volverá a renovarse por la falta de un hombre tal como para apartar de ti el día de la esclavitud”. Habiendo hablado así, el ilustre Héctor tendió las manos hacia su hijo, mas éste se echó para atrás, gritando, sobre el pecho de la nodriza de hermosa cintura, despavorido a la vista de su padre y aterrado ante el casco y su penacho de crines de caballo, cuando lo vio agitarse terriblemente desde el extremo del yelmo. Se echó a reír el padre, así como la venerable madre. Y al instante el ilustre Héctor se quitó el casco de la cabeza, depositándolo en el suelo entre mil resplandores, y tras besar a su hijo y mecerlo en sus brazos, dijo suplicando a Zeus y los demás dioses: “Zeus y demás dioses, concededme que también este hijo mío sea, como yo lo soy, excelso entre los troyanos y tan bueno por su fuerza y que reine con poder en Ilión. Y que algún día se diga de él cuando suba del combate: “Helo ahí, es mucho más valiente que su padre”. Y que traiga los ensangrentados despojos del enemigo que mate y que su madre se alegre en su corazón.”

 HOMERO, Ilíada, VI, 440 y s.