Los cuentos maravillosos son una herencia cultural que se ha conservado oralmente de generación en generación. Muchos cuentos  maravillosos coinciden con algunos mitos. La diferencia está en que los protagonistas del mito son seres divinos (dioses y héroes), mientras que en el cuento son seres humanos, aunque aparezcan seres sobrenaturales como adversarios o ayudantes mágicos. Además, los mitos son historias con un componente sagrado en las que se cree, lo que no ocurre con los cuentos

Pero entre ambos hay argumentos comunes que se remontan a tiempos muy lejanas. 

Por ejemplo, el romano Apuleyo recoge en su novela El Asno de Oro la historia de Amor y Psique que no es sino la versión mítica de los ciclos  literarios de "la bella y la bestia": historias en las que de una joven se enamora un ser monstruoso, en apariencia o en la realidad. 

O la historia de Ulises y Polifemo, que es  idéntica a cuentos como El Ojanco y se remonta, por lo menos, al s. VIII a. C. 

Cuando en un cuento un personaje, recoge uno a uno los huesos de otro asesinado, los entierra y éste vuelve a la vida, parece reflejar una práctica habitual en los diversos pueblos cazadores que creían que, si guardaban los huesos, éstos, en el transcurso del tiempo, se revestirían de carne y así el animal volvería a vivir, aumentando las reservas de caza. (como en el mito de Deucalión y Pirra). 

O la creencia de que la vida se ligaba a la preservación de un objeto exterior que coincide con el mito grecorromano de las Moiras o Parcas que regulaban la vida de los humanos con la ayuda de un hilo que una hilaba, otra devanaba y la tercera cortaba al llegar la muerte. (Es el tema de "el alma externada" en denominación de A. Frazer) (Cuando nació Meleagro, las Moiras anunciaron que moriría cuando se consumiera la rama que estaba ardiendo en el hogar. Su madre la sacó rápidamente y la guardó en una caja hasta que años después, en venganza por otros hechos, la rama fue deliberadamente quemada y Meleagro murió con las entrañas abrasadas por un invisible fuego.)

Las relaciones entre mitos y cuentos no es algo puntual y aislado, sino, por el contrario, muy extendido, porque ambos son una herencia cultural de épocas remotas. Mitos y cuentos no se diferencian en su forma ni en los motivos, sino en su función social pues el mito, se caracteriza por ser una narración sacral en cuya veracidad se cree, a diferencia del cuento que, al menos actualmente, tiene como función la de entretener. (Otra diferencia es que mientras los mitos tienden al desenlace trágico, los cuentos tienen, prácticamente siempre, un final feliz, como pone de manifiesto la habitual fórmula de cierre "vivieron felices y comieron perdices").

 

Sin embargo, a partir de las numerosas coincidencias entre mitos (griegos, latinos, hebreos...) y cuentos, no hay que concluir que los segundos deriven de los primeros, sino más bien a la inversa. En primer lugar, porque los mitos, puestos por escrito, ya habían perdido su función original, desligándose de los ritos que originalmente los acompañaban (fueran ritos de iniciación, ritos venatorios, estacionales, o recitaciones sacerdotales) y que según la teoría de Propp están en la base del cuento. Otro segundo dato sintomático es que la mayoría de los mitos pertenecen a sagas heroicas (el ciclo de Jasón, de Perseo, de Ulises...) y es una práctica habitual de la tradición oral ir engrandeciendo la figura de un héroe mediante la incorporación sucesiva a un núcleo original de hazañas preexistentes.

Cuando las sociedades se desvinculan del rito y los relatos empiezan a tener una vida oral independiente, surge el cuento maravilloso. Esto probablemente se produce cuando el rito va perdiendo sentido al cambiar las bases económicas que lo sustentaban, a medida que se fue pasando de sociedades basadas en la caza a sociedades basadas en la agricultura. A pesar de ello, hay relatos que todavía son a la vez, mito y cuento: por ejemplo, las secuencias de la leyenda bíblica de Tobías.

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