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UNA HISTORIA DE TORTURA

(2 X 9 y 10)

Londres, 1883- Mansión Fitzleroy.

 

        Avanzaba por los pasillos en penumbra escuchando el menor susurro. Aunque probablemente no había nada que escuchar. El joven Lord Fitzleroy, reciente heredero de la fortuna de su padre, alocado, juerguista y muy sociable, no sólo había tenido la delicadeza de perder una fortuna a las cartas en los días anteriores, sino que había sido tan amable de invitar a sus compañeros de timba a su recién heredada casa de campo.

       Si no te aseguras de a quién invitas a tu casa, puedes arrepentirte muy seriamente. Eso le había ocurrido aquella noche a Robert Fitzleroy que pensó banquetear con sus amigos y el resto de su familia y se encontró con la desagradable sorpresa de que sus nuevos amigos habían decidido incluirlo en el menú del banquete. Aunque en definitiva llevaba camino de conducir a la ruina rápida y la destrucción a su sufrida familia, los vampiros habían acelerado un poco ese proceso.

El servicio no había presentado la menor oposición y el joven caballero, antes de pasar a mejor vida, apenas hizo otra cosa que lanzar risibles amenazas mientras miraba con ojos desorbitados cómo los “invitados” alababan los delicados cuellos de sus dos hermanas menores. Luego las chicas, Darla y Drusilla, dijeron que querían disfrutar de su pequeña masacre para ellas solas y, entre risas, hicieron salir a Spike y a Angelus para encerrarse en el comedor con los supervivientes: un par de doncellas que servían la mesa, la digna Lady Fitzleroy, madre del insensato Robert, un viejo mayordomo y las otras dos chicas nobles.

Así que ahora deambulaba por los vacíos corredores, ahíto y aburrido.

 

 

El túnel estaba en semipenumbra, una suerte dado que había estado a punto de achicharrarse al sol de la mañana. Aunque no estaba en muchas condiciones de apreciar el paseo. Mejor dicho el transporte, porque estaba siendo arrastrado a través de las cloacas por los fornidos brazos de aquel par de vampiros, bajo la mirada vigilante de su rival triunfador.

Willy miró cómo se lo llevaban. Se alegraba de que limpiaran su local de aquella basura. Basura como Angel que se permitía el lujo de entrar en su bar y amenazarle y zarandearle para que le contara los planes de Spike y basura como Spike que le escupía su desprecio con cada mirada. Enzarzados en rencillas, pero en definitiva eran iguales, demonios peligrosos de los que había que cuidarse.

Al menos, Willy conseguía sacar algo de dinero del golpe de suerte que había encerrado a Angel en el soleado almacén de su propiedad, como un paquete preparado y envuelto para regalo, a punto de ser vendido al mejor postor. Y actualmente en Sunnydale, el mejor postor era Spike.

Willy recogió el último billete mojado del suelo sucio, mientras les miraba perderse en el primer recodo de la red de alcantarillado. ¡Vampiros! Mala raza que infestaba la tierra. ¡Que se fueran al infierno!

 Claro que su dinero era tan bueno como el de los humanos y su enfado más de temer. Como ese maldito Spike. Sabía hacer bien las cosas y era conveniente no tenerlo como enemigo, pero… preferiría no tener que volver a verle. Desde que había llegado a Sunnydale y se había hecho con el poder, los demás vampiros le seguían como corderitos. Decían incluso que había acabado con el Ungido. Un tipo duro aunque no lo aparentara con aquellas pintas de punkie trasnochado. Y un prepotente. Quién se había creído que era tirándole el dinero al suelo, después de que él, sí él, el siempre servicial y avispado Willy, le había entregado a Angel atado de pies y manos. De no ser por él, no se harían ni la mitad de los negocios del submundo.

Suspiró. Sí, ojalá no tuviera que cruzarse de nuevo en el camino de Spike. Claro que mucho menos querría volver a ver a Angel. El pequeño detalle de habérselo entregado inerme y debilitado a su rubio enemigo no iba a favorecer una relación fluida entre ellos en el futuro. Y Angel, bastante bicho raro ya de por sí, contaba con otra pequeña peculiaridad: era amigo de la cazadora. Con esa sí que prefería no tener tratos
En fin. Mejor ni pensarlo. Era hora de abrir su local. Willy se guardó el dinero y se encaminó en sentido contrario al que habían seguido los vampiros.

 


___

 

Angel no tenía esperanzas de que nadie viniera en su rescate porque nadie sabía cómo era su situación. Había tenido buen cuidado de no  decir nada a Buffy y sus amigos. Cuando sospechó que Spike había llamado a la Orden de Taraka contra la cazadora, se puso a investigar por su cuenta. No quería asustar a Buffy sin motivo. Aunque desde luego había motivo para asustarse. Y tampoco era la Orden de Taraka lo que con más ahínco había intentado ocultar. Le preocupaba aún más quién estaba detrás: Spike. Los cazarrecompensas iban muy en serio. Eran metódicos, disciplinados y seguramente infalibles. Pero Spike era … Spike era todo lo contrario. Y sobre todo, Spike era su pasado. El más terrible. Por eso cuando Spike y Dru aparecieron semanas atrás en Sunnydale y Giles y los demás buscaban desesperadamente cualquier atisbo de información sobre William the Bloody, Angel, que podía contarles de él más que ningún libro sobre la tierra, salió de la biblioteca sin decir casi ni media palabra.

Así, que ahora había sido apresado y sólo contaba con sus escasas fuerzas para defenderse. Estaba absolutamente solo. Solo en compañía de Spike y Drusilla, quienes no dejarían de cobrarse las viejas deudas pendientes. Quizás era justo que tuviera que enfrentarse solo a las consecuencias de sus actos. A ambos, él, Angel, los había convertido en lo que eran. Y no se refería sólo a la vampirización. Era mucho peor. Drusilla era el más grave de sus pecados, pero quizás Spike le dolía más aún. A Spike, más lúcido, más puro si cabe que la novicia, lo había sometido a una implacable labor de destrucción espiritual de la que era plenamente consciente. En el pasado William era un joven inocente y bueno. Desgraciadamente para él, se temía que de aquella bondad no debía de quedar mucho ahora.

 

 

- Mira, cielo, lo que te he traído.- Spike lanzó a los pies de Drusilla a su prisionero.

La lánguida expresión de Drusilla se animó al instante al reconocerlo.

-         ¡Daddy!

-         Sí, ahora estamos toda la familia reunida. –Angel estaba medio desfallecido. Intentó ponerse en pie, pero las fuerzas le fallaron. Spike lo agarró con brusquedad y lo levantó obligándole a mirar de frente a Drusilla. La camisa de Angel, entreabierta hasta la cintura, se abrió aún más. Sobre su carne, el contacto de la mano de Spike le trajo la sensación de algo lejano pero muy vívido en la confusión momentánea de sus sentidos.

-         Toda la familia reunida como en los viejos tiempos -repitió irónico Spike y Angel supo de inmediato que tenía toda la razón. Había pasado más de un siglo desde la última vez que su piel había sentido el contacto tan próximo de la de Spike, pero el recuerdo se le hacía tan nítido y perturbador como si el tiempo no hubiera pasado. Sí. Familiar. Dolorosamente familiar.

Drusilla se le acercó sinuosa. ¿Estaba aún más delgada? No tenía buen aspecto. En la piel marfileña de sus brazos tan frágiles, se transparentaban las manchas amoratadas de pequeñas hemorragias internas. Los dedos delgados de Dru acariciaron con la levedad de un aleteo su cuello. Angel la conocía demasiado como para que sus estrafalarios gestos le sorprendieran. Le fue fácil hurtarse a la fascinación con que solía subyugar a los extraños impresionables. Procuró ignorarla también porque le daba pena y ése era un lujo que no podía permitirse. Se dirigió a Spike, alguien con quien sí se podía tratar en el terreno de la lógica.

-         ¿Qué quieres de mí, Spike?

-         Recordar los viejos tiempos –sonrió el rubio.

Dru giró lentamente a su alrededor. Sus gestos amplios y cadenciosos parecían querer envolverle en una danza extraña. Con fluidez teatral, llevó un dedo sobre sus labios mientras musitaba reprobadora:

-          Has sido un papá muy malo.

-          Sí, muy malo –ratificó Spike, con su sempiterna sonrisa en la boca.- Pero ahora hará algo por su chica. –Volvió a encararse con Angel- Me has preguntado para qué te quería. Me decepciona que no consideres el placer de reencontrarnos, Angelus, pero la verdad es que te tenemos reservado el papel protagonista en nuestra pequeña celebración. Necesitamos al sire de Drusilla para que recupere su salud y ése eres tú, el único e inigualable Angelus.  Ya ves, todo un honor; aunque te cueste la vida. Esta noche, bajo la luna llena, serás el centro del ritual. Tu sangre la salvará. – Rió- Suena religioso, incluso ¿no? Nos traicionaste la noche de San Vigidio, pero después de todo, parece que sí servirás para algo.

Drusilla se acercó a la espalda de Spike. Sin separar sus ojos oscuros de Angel como de una presa apetecible, murmuró al oído de su compañero.

-  ¿Puedo jugar con él, Spike? Déjamelo, por favor. Hasta la luna llena- suplicó anhelante.

 

Hubo un momento de duda en Spike. Apenas un instante, pero no pasó desapercibido para Angel. En su situación de total indefensión, escudriñaba cada detalle, cada gesto que pudiera servirle, y aquella ligerísima vacilación de Spike encendió todas sus señales de alerta. ¿Celos? ¿Inseguridad? ¡Cómo no! Angel comprendió que la dependencia de Spike por Drusilla era su más peligrosa insensatez en el pasado y, que al parecer las cosas no habían cambiado en el presente. Tomó mentalmente nota de que aquélla podía ser una brecha interesante en la que hurgar.

-         ¿Me dejas jugar con él? Hasta la media noche– insistía mimosa Drusilla y Spike disolvió al instante su preocupación en aquella sonrisa encantadora que dedicaba a su dama

-         Por supuesto, gatita. Yo nunca te negaría nada.

Dru le dedicó una sonrisa agradecida y seductora y Spike, al momento, se desentendió del maniatado y amordazado Angel para buscar con pasión la boca de su amante. Se enlazaron en un beso tan lleno de lujuria que por un momento, Angel pensó que iban a entregarse al sexo delante de él. 

No fue así. Spike recuperó su papel de estratega y volvió a ocuparse de los detalles prácticos.

-         Debo ir a ver a Dalton y preparar el ritual. -Miró de soslayo a Angel con  una sonrisa irónica y acarició el rostro de Drusilla antes de despedirse.- Dru, sé buena chica. -Después acentuó aún más su sonrisa que cobró matices de crueldad.- No. Mejor sé muy mala. Angelus, debo complacer a mi sire. Espero que tú también colabores en esa tarea.

 

 

Drusilla se dedicó a torturar a Angel con delectación. Lo desnudó hasta la cintura y, atado a las columnas que sostenían el dosel de la cama, se entregó a mezclar juegos crueles y recuerdos. Éstos eran, sin duda, mucho más crueles que aquéllos. Quemó su carne con agua bendita y laceró su cuerpo con saña refinada, pero sobre todo lo zahirió, lo tuvo indefenso a su merced y le susurró palabras tan suaves que herían como estiletes. Calmadamente, sin inmutarse apenas, le habló de su familia masacrada, de la dulce perversión de la virtud, del sabor exquisito de la maldad pura inoculada como una droga en un corazón inocente.

El escozor de las quemaduras había convertido el pecho de Angel en una llaga palpitante. Pero eso, aunque estaba al borde de sus fuerzas, podía aún soportarlo. Lo que minaba toda su capacidad de resistencia era la propia presencia de Drusilla ante él, y no sólo por las terribles verdades que le decía, sino por el mero hecho de contemplarla y saber que era su obra. Enfebrecida, demente y sanguinaria, una frágil y virtuosa muchacha convertida en una ménade deseosa de venganza. Y sobre todo, ser consciente de que esa venganza estaba plenamente justificada.
        Finalmente, Drusilla se marchó. Quizás se había cansado. Quizás su escasa salud requería unas horas de reposo antes del riutal. Seguramente había ido en busca de Spike, más dependiente de él que nunca. El caso es que Angel quedó solo durante unos minutos. Se sentái cada vez más débil. A la tortura física se unía la desazón de saberse enfrentado a las culpas de su pasado, algo que siempre le atormentaba, pero que, ante Spike y Drusilla se le hacía aún más amargo. Entornó los ojos. Intentó pensar. Relajarse. Olvidar el dolor. Tenía que ser fuerte. Mentalmente fuerte... Al menos no iba a dejarse someter por una loca y su no menos loco amante. Por muy digna de compasión que fuera Dru y por muchas cosas que le ligaran a Spike, no podía olvidar que eran dos asesinos que planeaban acabar ritualmente con su existencia después de torturarle. Tenía que superar el complejo de culpa y poner un poco de calma en su espíritu, aunque sólo fuera para enfrentarse con dignidad a sus dos verdugos.

 

______

 

 

Apenas tuvo unos minutos de tregua. Poco después, Spike entró en la habitación. Angel le miró acercarse en silencio. Sin mediar palabra, le tomó del mentón y le alzó el rostro para examinarlo. Revisó las señales de los golpes y algún corte que surcaba su cara. Eran anteriores. Fruto de la pelea en la pista de hielo. Aunque Spike desconocía la causa, sí sabía que no habían sido obra de Dru. A ella sólo se debían las quemaduras de agua bendita que enrojecían el torso del vampiro. Pareció darse por satisfecho. Angel se sintió mercancía, un animal cuyo estado se valora en la feria antes de comprarlo. Quizás para ser tratado como un igual, rompió el silencio con una pregunta llena de serenidad.

- ¿Vas a matarme, Spike?

-    Pero no todavía.

-    Me extraña que aparezcas. Creí que dejabas la tortura en manos de Dru.

-    Ella es buena en eso, ¿verdad?

-    A ti siempre te ha faltado estómago.

-    Y paciencia. Suele ser tan aburrido… En realidad, he venido a ver si te encontrabas bien.

-    Enternecedor.

-    Más bien, pragmático. Te necesito vivo hasta la media noche y con Dru nunca se sabe, ya la conoces.

-    Dru está loca.

Ante la obviedad que acababa de decir, Spike lo miró divertido.

-  Como una jodida cabra – confirmó. - Pero eso tú lo sabes bien porque algo tuviste que ver en ello.

-         Tú también eres un loco, Spike. Estás más chiflado que la propia Dru.

Spike rió.

-         Claro, Angel, ¿cómo no íbamos a estar locos? Somos tu semilla.

Angel obvió la ironía.

-    ¿Por qué lo haces?

-    ¿Necesito excusas para acabar contigo, Ángelus? ¿No crees que es un placer  que tiene en sí su propia justificación? La venganza es un plato frío dicen. Pero sobre todo es exquisito.

-    No te pregunto por qué quieres matarme, sino por qué sigues junto a ella.

De pronto, Spike, en un sorprendente giro de humor, se encaró a él con odio:

-    ¿Te parece razón suficiente porque tú la enloqueciste y la mataste y eso sólo fue tu forma de empezar?

Angel guardó un momento de silencio. Luego, clavó su mirada en los ojos azules de Spike.

-    Ésa no es la respuesta correcta –aventuró. Después se lo pensó mejor- O quizás sí, pero no es la única respuesta.

La voz de Spike se enronqueció imperceptiblemente. Sosteniendo la mirada de su sire, y con una dignidad inusual, dijo algo que sobrecogió a Angel.

-No tenías derecho a hacerlo. 

 

Había recorrido interminables pasillos solitarios en la lujosa casa de Lord Fitzleroy y ahora, tras una puerta de la fastuosa mansión, detectaba una presencia. Alguien estaba al otro lado. Se había alimentado en la planta baja; así que no tenía hambre, pero la curiosidad, le atrajo. Spike apretó el picaporte y lentamente abrió la puerta.

 

-    ¿Qué… quieres decir con que no tenía derecho? –inquirió Angel.

Spike le dedicó una mueca llena de sarcasmo.

-    Vamos, Angel, ¿tengo que explicártelo? Tú lo sabes mejor que yo. No tenías derecho a hacer nada de lo que hiciste. Ninguno de nosotros lo tiene. Pero lo que hiciste con Dru… la rompiste.

  Angel, sobrecogido porque Spike planteara con tan meridiana claridad lo que él pensaba, ocultó su confusión para fingir un sarcasmo que estaba muy lejos de sentir.

-    ¿Ahora vas a ejercer de predicador? No sabía que lo tuyo fueran las lecciones de moralidad.

Spike, con una expresión terrible, se enfrentó a él, convertido en el más implacable juez que jamás tuvieron los odiosos actos de Angelus.

  - Tú la destruiste. Tú la convertiste en lo que es y ahora… No tiene a nadie. - El pecho de Spike, se elevaba rítmicamente, agitado por la furia. -Yo tengo que cuidarla porque tú… porque me necesita. Necesita a alguien.

Angel no pudo sostenerle la mirada. Spike hizo un esfuerzo por calmarse. Durante unos segundos también él guardó silencio.

Angel lo miró de una forma nueva. Recordaba al joven impetuoso con el que había compartido orgías y peleas, pero… no podía reconocer aquellos sentimientos extraños. Los motivos de Spike siempre tenían que ver con Dru, una dependencia que Angelus había considerado estúpida y peligrosa, pero que ahora le parecía inverosímil y se preguntaba asombrado si en esa insólita relación que le unía a Drusilla podía caber una razón altruista. ¿Era la pura generosidad de proteger a alguien más débil lo que impulsaba a Spike?

 No. Lo desechó de inmediato. Spike no tenía alma. Era imposible.

 

 

 

    Haré cualquier cosa por ella –prometió un inusualmente serio Spike.

    Y, sin embargo, nunca consigues contentarla ¿verdad? – Spike procuró contenerse, pero a Angel no se le ocultó la ráfaga de rabia que cruzó su mirada.   Buscando premeditadamente alterarlo aún más, insistió: -Lo noté cuando me tocaba… Yo sé lo que le gusta a Dru. Quizás pueda darte algún consejo…

Spike perdió los estribos.

-    ¡Cállate, maldita sea! No tienes ni idea, Angelus. Dru y yo…

-    ¡Dru y tú…! ¡Pobre poeta! Idiota. Sigues igual, siempre imaginando fantasías. Dru está loca y no te ama. Ni siquiera entiende eso que tú dices sentir.

-    Tú tampoco deberías entenderlo. Eres un vampiro como nosotros. De nuestra misma raza. Compartimos la misma sangre y la misma esencia. ¿O me vas a decir que esa zorra tuya, la Cazadora, ha cambiado algo de eso? Porque esas cosas no cambian, Angel.

-    No hablamos de mí, sino de ti, Spike. ¡Abre los ojos!

-    Quizás tú los cierres para siempre –amenazó.

Angel, le sostuvo la mirada imperturbable.

-    Morir es fácil. Nosotros lo sabemos.

-    Sí –admitió Spike finalmente, tras un breve momento de mutismo.

Sí, morir era fácil. Era bastante más difícil nacer.

A William le costó años de lágrimas.

 

 

Morir sin embargo, fue muy placentero. Apenas un momento de dolor, para disolverse luego en una nada confortadora donde sentirse por completo libre y ajeno a cualquier sufrimiento. Lo recordaba bien. Apenas una línea roja como de fuego sobre el seno blanco, el dolor agudísimo que pronto se disolvía en placer desconocido. Como el primero y el más dulce de los orgasmos que luego viviría.

 Después, al principio, también estuvo bien. De la mano de Drusilla encontró la alegría y la despreocupación. Era una sensación de poder y plenitud que jamás había conocido. Encontró, sobre todo, el placer, el deseo saciado y constantemente renovado. Ser eterno, fuerte, seguro, deseado, temido. Tenerlo todo con sólo alargar la mano para tomarlo. Tener cosas, personas, algo así como afectos o al menos, la conciencia de un orden en el que encajar. Pertenecer. Por aquel entonces fue a ver a su madre. Pero eso era algo que no quería recordar. Había otras cosas que tampoco quería recordar.

Sí, al principio estuvo bien. Muy bien. Embriagador como una borrachera de placer y despreocupación. Hasta que en su camino se cruzó Angelus.

 

 

Alguien llamó a la puerta. Debía de ser alguno de los vampiros a las órdenes de Spike, aunque se quedó fuera y Angel no pudo reconocerlo. Desde su posición, atado a la gran cama matrimonial, sólo podía ver a Spike de espaldas dando órdenes a los que estaban fuera. Por algún capricho absurdo de su mente, Angel divagó sobre lo más intrascendente: el aspecto de Spike.

¿Por qué se habría dejado aquel pelo estrafalario? Él siempre había sido alocado, único, llamando la atención casi por necesidad, pero ese pelo... era como un insulto, una bandera de provocación. Lo que, por otra parte, pensó, le cuadraba a la perfección, pero era simplemente que no le gustaba. Recordaba muy bien su aspecto antes... muchos años antes. Tenía un suave cabello ondulado y castaño. Le gustaba el pelo de William. Le hacía parecer juvenil, rebelde y, al mismo tiempo, delicado, limpio. Todo en William era inocente y virgen.

Corromperlo fue uno de los deleites más perversos que disfrutó en su existencia.

 

 

-    Parece que ya está todo dispuesto – le informó cuando volvió tras cerrar la puerta a sus lacayos. El paréntesis de distensión había permitido a Spike recuperar su aplomo. Sonrió probablemente para mostrar que volvía a ser dueño de la situación.- Sólo falta que llegue el momento adecuado.

       Se cruzó de brazos ante Angel, interpelándole con cierta sorna:

-    ¿Estás impaciente?

-    ¿Y perderme tu deliciosa compañía? No.

Spike acentuó su sonrisa.

-    Tienes agallas, irlandés. Siempre las has tenido.

Se acercó más para comprobar las ligaduras de sus muñecas. En realidad, fue en su muñecas desolladas por las correas en lo que se fijó. Pasó suavemente las yemas de sus dedos sobre la piel en carne viva, de un modo tan pausado que puso un estremecimiento en Angel.

-         ¿Te duele?

-         Sí.

Spike colocó su bota entre las piernas de Angel y se inclinó hacia él. Al hacerlo, con el movimiento de ligero balanceo, su camisa acarició el pecho desnudo de Angel. Spike avanzó su mano lentamente, demorando una leve caricia sobre las heridas del pecho. Muy suave. Desafiante.

-  ¿Piensas matarme a caricias? – preguntó ásperamente Angel para romper el sortilegio de intimidad que Spike conseguía imponerle.

Spike rió ante la salida.

-         Es una idea.  – Le miró risueño, francamente divertido.- Sí, una idea muy interesante.

Avanzó un poco la lengua entre los dientes en aquel gesto travieso suyo, que anticipaba una maldad o un placer perverso saboreado de antemano. Se acentuó su sonrisa y el brillo de sus ojos al inclinarse despacio sobre la boca de Angel.

Angel procuró mantener una apariencia de serenidad, dejándose besar sin responder pero sin impedírselo tampoco. Spike colocó su mano sobre el cuello de Angel y lo atrajo hacia sí con un contacto firme pero suave. Entornó sus ojos mientras, su lengua exploraba la boca de Angel y éste se dejaba hacer. Al prisionero le costó mucho fingir indiferencia.

Besaba muy bien y Angel tuvo que cerrar los ojos para hacer un esfuerzo de autocontrol, al tiempo que intentaba discernir por qué Spike hacía aquello. Por humillarle seguro, por retarle, también; pero además, tras la fanfarronada y la burla, creyó atisbar en su beso algo más, un deseo atormentado de arrancarle unas migajas de algo. Angel intuyó que en su provocativa forma de besarle se entremezclaba un confuso manojo de sentimientos e impulsos, el desafío, el odio, la satisfacción, la búsqueda de aprobación, el desesperado anhelo de alguna respuesta. La sensualidad se entreveraba de extrañas sensaciones no menos incitantes y algunas incluso conmovedoras. Junto al deseo, Angel notó que en él se despertaba también un difuso sentimiento de piedad.

Spike apenas se separó un poco mirándole burlón, como el niño que, tras hacer una trastada, siente la excitación de haber vulnerado las  normas mientras espera la respuesta a su osadía. Bajo su estómago sentía la erección de Angel que le miraba en un silencio digno.

- Sigo poniéndotela dura sólo con acercarme, ¿eh? - Contempló con descarada satisfacción la tela tensa del vaquero y colocó allí la palma de su mano.- Ella,... tu chica, ¿lo consigue con tanta facilidad?

Volvió a inclinarse sobre él, muy despacio, su mano izquierda inmóvil sobre la poderosa erección de Angel, la derecha acariciando –apenas un roce- la cintura desnuda de Angel, el inicio de su cadera. Por un momento creyó que iba a besarle otra vez, pero en el último instante, la cabeza de Spike se desvió un poco para susurrar a su oído.

-    Lo siento, Angel. Esta vez no vamos a jugar a tu juego.

Se irguió victorioso y displicente y Angel sintió la necesidad imperiosa de hacerle daño. Pausadamente, con tanta insolencia como aplomo y clavando su mirada en la de Spike, sugirió:

-    Pero podemos llamar a Dru. Ya sabes que ella siempre me prefiere a mí para estos juegos.

Lo consiguió. El fogonazo de ira que cruzó la mirada de Spike dejó pequeño el puñetazo demoledor que impactó contra su rostro.

- Recuerda que me basta con que llegues vivo al ritual. En qué estado no me importa en absoluto.

Hablaba en serio. Angel lo sabía, pero también era cierto que ya no le importaba lo que Spike pudiera hacerle. Él estaba más allá del miedo al dolor físico y su rival -ahora lo veía con total claridad-, no era tampoco inmune a otro tipo de dolor. Podía combatirle con armas semejantes. Más aún, empezaba a comprender que era él quien más daño podía hacer.

 

-    No me das miedo, Spike

- Entonces tendré que esforzarme más. – Sonrió Spike, pero Angel tuvo la sensación de que el rubio intentaba subir la puja porque se veía en riesgo de ser sobrepasado.- Contigo o... con algo que te importe. ¿Qué tal esa chica? Ya conoces mi debilidad por las cazadoras... ¿Sabes que estuve vigilándola? Me encanta cómo baila. Si se mueve así en la cama, no me extraña que te tenga bien sujeto...

Spike había cometido el error de acercarse demasiado, lo suficiente para que Angel pudiera propinarle un formidable rodillazo en los testículos.

El vampiro rubio quedó sin aliento.

-          Eso es sólo para que aprendas respeto – le espetó Angel.

Cuando consiguió recuperar el resuello y enderezarse, Spike se cobró con creces el golpe. Un par de puñetazos inapelables a la mandíbula y un directo al estómago dejaron al encadenado Angel al borde de la inconsciencia.

-          Y eso es sólo para que aprendas quién está al mando.

Se miraron los dos con rencor. Sombríos y silenciosos, intentando ambos mantenerse erguidos. Tras unos instantes, Angel murmuró.

-          Bien, los dos hemos aprendido una lección.

-          Bien- admitió Spike apretando su mano contra la zona dolorida. Se irguió despacio y con resentimiento.- Pero antes no eras tan caballeroso con las damas.

 

 

 

A Dru siempre le habían gustado las muñecas. Jugaba con ellas, las vestía, las mecía, pero sobre todo las castigaba, las regañaba y muy a menudo las perdía. Afortunadamente nunca tendría hijos, porque, a juzgar por cómo trataba a sus muñecas, sería una madre pésima. Después, sin embargo, se angustiaba muy sinceramente  cuando alguna de ellas se extraviaba o aparecía rota. Especialmente la señorita Edith, su preferida, la que con más saña maltrataba y de la que más  solícitamente se preocupaba después. Aquella tarde de otoño, en Londres, como en otras ocasiones, la señorita Edith había desaparecido y Dru la buscaba afanosa por todos los rincones de la casa.

- ¿Has visto a la señorita Edith, Spike?

El aludido levantó la vista del periódico.

-          No, cielo. No la he visto desde ayer.

Dru siguió buscándola infructuosamente. Al poco tiempo, se sintió sobrepasada por la magnitud de su desgracia. Entonces acudió a Angelus,

-          ¡No encuentro a la señorita Edith! – manifestó casi con desesperación.

-    ¿Y qué demonios quieres que yo haga? - Llovía y quizás sólo por eso, Angelus estaba especialmente irascible.- ¡Vete a molestar a Spike!

Su áspera respuesta provocó que Dru empezara a gimotear. Spike se levantó a consolarla, pero Angelus estaba de muy mal humor.

-    ¡Maldita sea! Basta ya de lloros, Dru. Acabaré quemándote todas esas muñecas repulsivas. O quizás sea mejor que te dé unas cuantas bofetadas para que llores con motivo.

Dru lo miró asustada. Su sire nunca le había levantado la mano, pero había tanta cólera en su amenaza que la pobre chica se sintió paralizada de terror. Spike también se sorprendió por la desmedida violencia de Angelus, pero supo reaccionar con prontitud. Se acercó a Drusilla y la acogió en sus brazos.

-    No lo dice en serio, Dru. –Clavó su mirada en Angelus- Ni siquiera él es tan despreciable como para pegar a una mujer.

   Angelus se encaró con Spike.

-    A una mujer, quizás no; pero a ti no tengo ningún problema en darte una paliza. Te lo advierto, no estoy de humor para aguantar insolencias y menos de ti que de nadie. –Angelus le dio una orden inapelable.- Lárgate, si no quieres que te muela a palos.

            Quizás Spike, de haber estado solo, habría obedecido. Pero el tono de Ángelus era tan estremecedor que Dru, asustada, se cobijó en sus brazos musitando su nombre y entonces Spike comprendió que no podía salir de la habitación dejándola a solas con el enfurecido amo. Dru lloraría o haría cualquier cosa que irritaría más a Ángelus y en lugar de calmarla, su cólera la perturbaría más y más. Spike acarició la melena negra de Drusilla mientras miraba a los ojos de Angelus y con voz suave, para no asustarla a ella, pero con inequívoco aplomo, le contradijo:

-    No. Será mejor que salgas tú.

Ángelus no daba crédito a la audacia del joven.

-    ¿Cómo te atreves a retarme? Sabes que soy mucho más fuerte que tú y que te voy a zurrar.

-    Sí, sé que lo harás porque también sé que eres un cobarde.

 

 

No hubo más prolegómenos. Ángelus se lanzó contra él y apenas dio tiempo a Spike de apartar a Drusilla. Fue una pelea muy corta. En realidad, más que una pelea, fue una paliza, otra más. Era cierto que Angelus tenía mayor fuerza y corpulencia, pero además era un luchador mucho más experimentado que Spike quien aún no había adquirido ni las mañas ni la agilidad que luego le permitirían defenderse durante un siglo de enemigos más grandes que él. Encajó un puñetazo en la boca que lo lanzó de espaldas contra la pared. Allí Ángelus machacó sus flancos con cinco o seis golpes inmisericordes. En mitad de aquella lluvia de violencia, Spike consiguió alcanzar el mentón de Ángelus, sin demasiada potencia, pero obligándole a retroceder un paso, lo justo para escapar de su apurada situación arrinconado contra el muro. No le sirvió de gran cosa. Ángelus cogió una silla y la estampó con todas su fuerzas contra el rostro de Spike. Fue el final. Cayeron algunas maderas rotas al mismo tiempo que el joven poeta se derrumbaba también. Ángelus tiró los restos de la silla antes de dirigirse a la salida más furioso aún que al principio.

- Muy bien, Spike. Lo has conseguido. Tú te quedas y yo me marcho.

 

 

         En el suelo, Spike escupió una muela junto con saliva ensangrentada. Se arrastró hasta un sólido aparador para intentar ponerse en pie apoyándose en el mueble, pero en seguida desistió. No tenía ni fuerzas ni valor para enfrentarse otra vez con el dolor que laceraba su pecho al menor movimiento. Seguro que era alguna costilla rota. Se quedó tendido sobre la alfombra, esperando sin saber muy bien qué.

     Drusilla se le acercó silenciosa y con gesto apenado. Se arrodilló a su lado.

-    Spike...- ronroneó buscando su consuelo como un cachorrillo apaleado. El joven, desde el suelo, extendió su mano para rozar la negra cabellera.- No entiendo por qué se ha enfadado tanto...

Intentar explicar lo inexplicable a la mente sin lógica de Drusilla era una tarea inútil. Spike se limitó a mantener su caricia.

- ¿Crees que yo he tenido la culpa, Spike?

Spike se limitó a susurrar.

-    No – la tranquilizó. Después añadió suavemente:- Él es así.

-    Yo sólo quería encontrar mi muñeca... –gimoteó Dru.- Ahora tú estás mal y la señorita Edith tendrá miedo sola. –Dru se acurrucó junto al cuerpo tendido de Spike. Él pasó su brazo sobre el cuello femenino y la atrajo un poco hacia sí en un gesto callado de consuelo. Dru buscó su caricia, acercándose más a él, pero el peso de su cabeza sobre el pecho de Spike hizo gemir al poeta.

-    La cabeza un poco más arriba, cielo - pidió.- Así mejor. No te preocupes, Dru. Mañana encontraremos a la señorita Edith.

-    ¿La buscarás conmigo, Spike?

-    Te lo prometo.

       Drusilla le dedicó una sonrisa plena de confianza que conmovió a Spike. Pobre niña perdida y rota como sus muñecas, qué fácil era a veces hacerla feliz. Enredó sus dedos en los largos mechones azabache.

-    Mañana yo estaré mejor y a Ángelus se le habrá olvidado su mal humor, ya lo verás.

       La sonrisa de Drusilla se hizo más abierta. Se inclinó sobre él y buscó su boca en agradecimiento. El beso se le tiñó a Spike de contrarias sensaciones que mezclaban el dolor de sus labios inflamados con el suave roce de la lengua de Drusilla.  Extraño y excitante, como el sabor de la sangre ajena que Dru paladeó en su boca. Hambrienta de sexo y caricias, la muchacha se deslizó hacia abajo sobre el cuerpo de su compañero. Desabotonó sus pantalones y empezó a masturbarlo suavemente. 

 

 

-    Haré lo que sea por Drusilla. La salvaré cueste lo que cueste. –Spike lo repitió y Angel comprendió que hablaba muy en serio. Lo que Spike decía tenía el valor de una promesa. Seguramente era lo que se había prometido a sí mismo o a ella, su princesa. Lo cumpliría. A Angel no le cabía la menor duda.- Y si tengo que dar tu vida a cambio, me parece un precio muy asumible.

-    Dru. Siempre Dru…

-    Si la elección está entre tu vida o la suya, ¿voy a perder ni siquiera dos segundos en planteármelo? ¿Crees que existe alguna peregrina razón por la que tendría que considerar ni remotamente la posibilidad de salvarte a ti en lugar de a ella?

-    No. No estoy diciendo eso. Simplemente, me asombra tu dependencia de Drusilla. Siempre has sido su perrito faldero, pero pensaba que habrías espabilado.

-    Buen intento, Angelus, pero unas pocas palabras despectivas no te van a librar de la muerte.

-    ¿Crees que es eso? No estoy hablando de mí, idiota, sino de ti. Eres patético, Spike. Me sorprende que sigas mendigando de ella…

-    Y tú me aburres, Angel –quiso interrumpirle Spike. Pero Angel era consciente de que estaba llegando a fibras muy sensibles. No iba a desistir tan fácilmente.

-    Sí, me parece muy triste que tú lo intentes y pongas tanto de ti cuando en realidad,…  nada que hagas la satisface, ¿verdad? – El poeta procuró contenerse, pero a Angel no se le ocultó la ráfaga de rabia que cruzó su mirada. Siguió aventurándose en disparos al aire, que al parecer, alcanzaban indefectiblemente en Spìke la diana más insospechada- Pero lo cierto es que… el verdadero problema es que es ella la que no puede satisfacerte a ti.

-    ¡Cállate! O… - El puño de Spike se irguió amenazador contra el rostro de Angel.

-    ¿Qué vas a hacer? ¿Matarme antes del ritual? ¿Torturarme un poco más? No tienes muchas opciones. Son las ventajas de saberse condenado. Mi situación no puede empeorar, así que soy libre de decir lo que me plazca.

 

 

Spike notaba una vida expectante tras la puerta. Podía sentir el aleteo de una respiración al otro lado de la madera. Abrió sigilosamente. Desde la casi penumbra una voz infantil preguntó educadamente:

-          ¿El señor Pendleton, mi preceptor, me ha levantado ya el castigo?

Era un niño de unos doce o trece años, no muy alto para su edad, con gafas y ropas de calidad. Probablemente el hermano pequeño de Lord Fitzleroy.

-          ¿Estabas castigado? - El chico asintió.- ¿Por qué?

-          No supe el acusativo de áner, andrós.

-    Ándra- recordó al instante Spike.

-    Sí, ahora ya lo sé...– El niño exhibió un ajado ejemplar de una gramática griega que, a juzgar por su estado, debía de haber pertenecido a varias  generaciones de Fitzleroys - Llevo varias horas estudiando. ¡Y traduciendo! Dos páginas de Lisias.

Spike sonrió:

-    Abogados pleiteando. No resulta muy motivador. ¿No tienes miedo aquí solo?

-    Más que nada es aburrimiento, señor. Pero... –la cara del niño se animó con una sonrisa pícara.- No es la gramática lo único que me he traído.

Spike se acercó y levantó el voluminoso volumen abierto sobre la mesa, debajo del cual apareció otro.

-    La Iliada. Bastante más entretenida y una buena forma de profundizar en el griego.

-    Claro que yo la leo traducida.

       El chico estudioso, educado, soñador, con gafas, le recordó inmediatamente a su pasado. Le pareció como mirar a un espejo que le devolvía su propia imagen de unos cuantos años atrás.

-    ¿Cómo te llamas?

-          Steven, señor. Y usted, señor, ¿me podría decir quién es?

-          No importa quién soy yo. ¿Qué parte estabas leyendo?

-          El desafío de Menelao y Paris. ¡Me gustan mucho los combates!

-    Es lo que se espera de la épica... Pero yo prefiero la despedida de Héctor y Andrómaca. Me cae bien Héctor, es un buen tipo que sólo intenta conservar las cosas como eran.

-          Pero Héctor perdió la guerra.

-    Sí, pero luchó. Era mi personaje preferido.

-    ¿Era? ¿Por qué habla en pasado? ¿Ya no lo es?

-    Bueno. –Spike dibujó una ligerísima sonrisa.- Ya no tengo mucho tiempo para leer a Homero.

-    Una lástima, señor.

-    Sí, los tiempos cambian. Y ahora... voy a dejarte que sigas leyendo. Me voy.

-    ¿Sigo castigado?

-    Creo que sí, Steven. Además, es mejor que esperes a “la Aurora de rosados dedos”.

-    ¿”Cuando los teucros vuelven a las cóncavas naves”? – Steve completó el verso homérico.

-    Algo así. Y procura estar en silencio. Es más apropiado para saborear el poema. 

 

En el silencio de la habitación, Angel se sintió taladrado por el rencor de Spike. Las cosas no estaban rodando del todo a su gusto. Enfrentarse al sire, aunque estuviera atado y a punto de morir, era algo que en su fuero interno habría deseado evitar. Sabía de sobra que cada vez que se cruzaba con Angel, había problemas y sólo la enfermedad de Drusilla le había llevado a buscarlo. Como en el pasado, Angelus se había preguntado cientos de veces por qué el poeta no escapaba de su lado, donde lo que habitualmente encontraba eran sólo humillaciones y golpes. La respuesta, también entonces era, claro, la misma. Spike seguía en el Clan de Angelus, porque no podía romper el vínculo que unía a Drusilla con su sire y él no concebía la existencia lejos de su princesa. Spike, pobre loco enamorado.

-    Me habéis torturado durante horas- murmuró Angel.- Yo lo hice durante años. Te gano. 

 

Steven de pronto recordó un detalle y salió de su habitación. Corrió hacia el recodo del pasillo donde oía alejarse los pasos del hombre.

-          Señor, al final no me ha dicho su nombre...-empezó.

Pero cuando detuvo su breve carrera y elevó los ojos del suelo, se dio cuenta de que no estaba ante el desconocido que había entrado en su habitación. Era otro hombre más alto y corpulento quien respondió a su pregunta.

    - Me llamo Angelus. 

 

Spike en definitiva era obra suya. Él, Angelus había conseguido convertir al tímido William en un monstruo sediento de sangre y muerte. Otra cosa de la que presumir. Tenía muchos motivos de orgullo Angelus, recordó con amargura.

Llamaron a la puerta y alguien avisó a Spike de que tenían que ponerse pronto en marcha. La media noche estaba próxima.

 

Una vez a solas otra vez, Spike miró frente a frente a Angel.

- La historia acaba aquí. Éste es el punto final.

- No te hagas ilusiones, Spike. Hay cosas que la muerte no arregla. Siempre he conseguido hacerte daño- La voz de Angel se ensombreció de recuerdos- Mucho daño.

Las miradas de los dos se cruzaron. En la de Spike sobrevoló  un terror ciego. Las aletas de su nariz se dilataron y un ligero temblor recorrió su ser. Angel comprendió que él también estaba recordando lo mismo. Por un momento, bajó la mirada, asaltado por algo parecido a la vergüenza.

 

  

Spike estaba desencajado. No quería rememorar aquello.

     -Lo siento –musitó Angel

        -    ¿Lo sientes, cabrón? Torturaste a Dru hasta la locura y a mí me destrozaste este simulacro de vida que me habíais dado, me... – su voz se quebró un instante.-  Y te divertiste mucho haciéndolo... Pudiste, al menos, acabar de una vez con nosotros, pero no, claro, para ti era muy divertido. Jugaste conmigo. ¡Y te reías! Recuerdo cuánto te divertías. – La expresión de Spike se volvió turbia, dando a sus palabras de amenaza una verdad que sobrecogía porque estaban preñadas de dolor.- Voy a acabar contigo para siempre, Angelus. Salvaré a Drusilla. Por encima de cualquier cosa, le devolveré la salud. Esta vez no vas a poder impedírnoslo. Te lo juro. Y te aseguro también que me alegraré cuando vea verter la última gota de tu sangre.

 

 

Angelus apareció con un envidiable buen humor. Se acercó sonriente a Spike, que paseaba entre las sombras fantasmales del jardín, para presentarle a su acompañante

-          Mira qué te he traído. Un nuevo amigo. Nos divertiremos juntos.

La mano de Angelus descansaba sobre el hombro de Steven con la familiaridad de quien se considera dueño de algo y sus dedos se enredaban despreocupadamente entre el rubio cabello infantil. El chico, muy pálido, parecía tranquilo, pero sus gestos nerviosos delataban al niño asustado que quería parecer valiente. Al reconocer al hombre con quien había hablado de la Iliada, demostró un comedido pero sincero contento. Hizo un grácil gesto con la cabeza para saludarle y, el movimiento descubrió entre las blancas ropas los dos puntos rojos en su cuello. Una levísima sonrisa curvó sus labios.

- Parece que las cosas han cambiado, señor –comentó educadamente como saludo a Spike.

- Sí, Steven.

     Spike se acercó despacio. Miraba al muchacho con una tristeza infinita, en un silencio tan ominoso que aumentó la inquietud de Steven. Fue sólo por un instante. En la mano de Spike surgió de pronto una madera que en un movimiento preciso y veloz apuñaló el pecho del niño.

 Spike se quedó mirando al vacío que antes ocupaba el cuerpo menudo de Steven y donde ahora caían en triste lluvia los últimos átomos de polvo sobre la hierba.

-    ¿Por qué?- protestó Angelus, indignado de incomprensión- Os habríais llevado bien. Era igual que tú.
    - Por eso. Habría acabado siendo igual que yo.

 

 

        Había sido un pequeño alivio la furia de Spike, empujándole, arremetiendo, escupiéndole su desprecio junto a las amenazas, pero ahora callaba. De pronto, se había venido abajo, como si no le quedaran fuerzas para los insultos ni la violencia. Como si de pronto se sintiera vacío y no encontrara sentido a seguir debatiéndose. Angel habría dado algo porque volviera a enfrentársele, porque recuperara su sarcasmo o lo golpeara, o fingiera disfrutar humillándolo, o... algo. Alguna reacción.

 

       Finalmente, el antiguo poeta volvió a hablar, pero ahora su voz era mate, casi inaudible. Parecía que se hubiera olvidado de la presencia de Angel y se dirigiera sólo a sus recuerdos.

 

           -    Yo lo soportaba todo.... no sé por qué.

 

           -    ¿Por Dru? – preguntó tímidamente Angel.

 

      Spike pareció volver de un sueño.

 

          -    No – reconoció. Su voz, empañada de tristeza, sobrecogía en el silencio de la habitación.- Ni siquiera. Por instinto seguramente. No sé por qué. Porque no puedes hacer otra cosa que soportarlo. Aguantas de pie mientras puedes. Hasta que te caes. Y en el suelo, reprimes las lágrimas. Y cuando lloras, te las secas con rabia porque nadie va a venir a consolarte. Hay que hacerlo. No pensar. No sentir.

 

       Los ojos de Spike se inundaron de lágrimas no derramadas. Evitó la mirada de Angel, pensando que seguramente se reiría de su debilidad, como hacía antes. Pero, en lugar de eso, Angel le miró con un respeto nuevo y una inmensa piedad. Por primera vez atisbaba todo el sufrimiento del alma atormentada del poeta. Spike no tenía alma tuvo que recordarse Angel.

 

        Spike, el sarcástico jefe de los vampiros de Sunnydale, se había derrumbado por completo y sí, seguramente, lo que debería hacer Angel era sacar ventaja de  la vulnerabilidad de su captor pero se sintió por completo incapaz. En lugar de eso, necesitaba pedirle perdón; aunque también sabía de sobra que Spike no podía aceptar sus disculpas. Avanzó un poco su mano atada hacia el rostro de Spike.

 

         -    Ni te atrevas a tocarme... –advirtió roncamente el antiguo poeta. Spike no se movió ni un milímetro, pero la autoridad gélida de su voz paralizó el gesto de Angel. Comprendió que la caricia sería para Spike el peor de los insultos.

 

       -    Ya no tienes tu anillo- observó Spike contemplando desde el vacío donde se había instalado la mano desnuda con que Angel había querido acarciarle. Un absurdo intento de recuperar una conversación trivial, pensó Angel. Pero el silencio espeso volvió a instalarse entre ellos.

 

Por fin Angel se atrevió. Para desesperación de Spike, murmuró lo que entonces, a las puertas de la muerte, acababa de comprender:

-    Sigues siendo un pobre poeta romántico.

Spike se revolvió incómodo, pero a pesar de su malestar de animal acorralado, consiguió recuperar la calma para negar con la máxima frialdad que pudo conseguir en su voz.

-    Te equivocas.

Angel, con infinita delicadeza, continuó:

- ¿Sabes qué, Spike…? Me alegro mucho - empezó a decir. Hablaba tan dócilmente que Spike, aun con recelo, se rindió a preguntar:

-    ¿De qué?

-    De que después de todo, no lo conseguí por completo, ¿verdad? Al final, fracasé. William pervive.

La voz de Spike adquirió una frialdad sobrecogedora.

-    William murió. Yo soy Spike.

Angel no se dejó convencer

- No es cierto. A William no he conseguido destruirlo del todo. Ahora lo sé. – Por primera vez en aquella larga jornada, Angel encontró un motivo para distender sus labios en una leve sonrisa.- Y es una buena noticia para despedirme de la existencia.

  La calma de Angel suscitó la furia de Spike, inundado de frustración y de odio. Tanto más encolerizado cuanto sentía que Angel era ya inmune a cuanto él pudiera hacerle o decirle. Se acercó a centímetros de su cara y con violencia mal reprimida se revolvió contra él:

-   Pregúntate esto: ¿Crees que William te mataría? Porque yo sí voy a hacerlo. Acabaré contigo de una vez, Angelus. Te arrancaré de mi vida, cueste lo que cueste. Y salvaré a Dru. No siempre lo vas a destruir todo.


       Angel en efecto, se lo preguntó. ¿Lo habría matado el William enamorado y  desesperado que conoció? ¿Habría arremetido contra Angelus para salvar lo único que tenía valor para él, la compañía de una pobre loca condenada a la enfermedad y la muerte en mitad de una vida sin más horizonte que la desesperación?

Angel pensó que sí.

 

 

 

 

Ciertamente Spike no vaciló. Poco después inició el ritual y consiguió devolver la salud a su amada. Sólo un golpe de fortuna cambió la situación en el último momento: cuando la muerte de Angel era ya inminente, apareció la cazadora y lo salvó.

      Spike intentaba huir con Dru cuando un órgano les cayó encima en una iglesia incendiada.

*******

Spike se acostumbró, pero la primera vez no podría olvidarla jamás. En el suelo, William sólo quería olvidar y sin embargo, recordaba con curiosa nitidez detalles triviales. Los recordaba quizás porque pretendía olvidar lo demás y se aferraba a centrarse en esos detalles inconexos, queriéndolos desgajar del resto de aquel momento. Recordaba, por ejemplo, un anillo de Ángelus, un absurdo anillo irlandés con unas manos que enlazaban un corazón. O la presión de su brazo granítico contra su nuca, aprisionándole contra la pared. Y el dolor – qué absurdo recordarlo- de su pómulo raspando contra el muro áspero, y la voz susurrante y lasciva diciéndole al oído cosas que ni siquiera habían pasado jamás por su cabeza de poeta. Aterrado. Inmovilizado. Profanado.

Y recordaba lo solo que se había sentido cuando Angelus se marchó. Tanto que casi habría añorado una caricia suya. Aquellas obscenidades que le repugnaban. O su compañía. Él que poco antes había gritado que se marchara.

Quizás pasaron horas en las que casi agotó sus lágrimas en la más completa soledad. Pero no vino nadie. Mejor. No habría podido soportar la vergüenza. Luego, nunca supo cuánto tiempo después, se puso en pie, se limpió, recogió sus ropas y, mientras se bañaba, se prohibió pensar en lo que decidió que nunca había tenido lugar.

 

FIN